En la construcción del vocabulario propio del fútbol, la palabra «aguante» sirve para denominar un sistema de valores y conductas que el colectivo «hinchada» promueve, respeta y ejecuta.
Aguantar remite a acompañar y apoyar al equipo a todas partes donde juegue, disfrutando y sufriendo con los vaivenes inevitables de sus campañas. El aliento es incondicional y se transmite desde la tribuna tanto en las buenas como en las malas. Aguantar es ponerle el cuerpo a la adversidad. Y esto se transforma en una cuestión de honor.
Para una hinchada de fútbol «tener aguante» es también estar siempre dispuesto a medir fuerzas con la barra rival. Y si es necesario enfrentarse también con las fuerzas policiales, a las que no ven como garantes de la ley, sino como abusadoras de poder.
El «aguante» en el fútbol es una definición que se impuso a principios de los años ochenta cuando todavía estábamos en plena dictadura. Y los que la desarrollaron pertenecían a una generación que sufría el terrorismo de Estado, el endeudamiento público (deuda externa) y el desmantelamiento del estado de bienestar.
En aquellos años las hinchadas de fútbol habían comenzado a recrear canciones del rock argentino para alentar desde la tribuna.
Fue el encuentro entre dos pasiones: el fútbol y el rock.
A principios de la década del 90 comenzó a desarrollarse dentro de nuestro rock, lo que también se denominó «cultura del aguante». Se incorporaron entonces hábitos del fútbol como espectáculo. De esta forma las barras rockeras pasaron también a ser protagonistas como lo son las barras de fútbol, con sus caravanas, sus cánticos y sus banderas.
Eran años del menemismo y los hijos de la clase obrera suburbana irrumpían en el rock, tanto arriba como abajo del escenario, para confrontar con el poder dominante. Y lo hacían desde las letras de las canciones y desde los estribillos de las barras.
Todos ellos pertenecían a una generación que padecía las privatizaciones, los cierres de fábricas y los despidos en masa del capitalismo salvaje.
Estos jóvenes rockeros se hicieron fervorosos seguidores de las bandas de rock que los representaban y con los que se identificaban.
Para ellos la «cultura del aguante» era demostrar resistencia y coraje para seguir a sus bandas no importando los obstáculos: salas precarias, largas peregrinaciones y hasta el asedio policial.
Tanto en el fútbol como en el rock argentino, la «cultura del aguante» persigue una utopía: vivir en libertad desde los márgenes de un orden conservador que desprecian por hipócrita y represor.
En esa búsqueda despliegan sus rituales celebratorios en los recitales y en los estadios de fútbol. Son rituales de alegría y de pasión. Y proponen una moral alternativa a la establecida por ese orden conservador.
Más allá de todas las estigmatizaciones que quieran hacerse, la «cultura del aguante» genera en estos colectivos sociales un sentido de pertenencia muy fuerte.